jueves, 10 de noviembre de 2011

Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos


Irupé me hacía demorar siempre en el café a pocas cuadras de donde parábamos a esperar el bus después de las extenuantes seciones de aprendizaje silencioso en las mesas de la biblioteca de la universidad. No me molestaba, el aroma del café debería de considerarse una entre las mejores terapias antiestrés en la actualidad, un verdadero masaje a todos los sentidos. Las cucharitas de plata, en aquella polvorienta cafetería de mitad de siglo, persistían aún en la insulsa y dañina moda de las cucharas de plástico, adoptadas por los bares de media ciudad. Tenían formas curvas talladas en el decorado que siempre me daban ideas para nuevas pinturas, como si fuesen mutando con los días, no me aburría de ellas.
- Historia del Arte es un bodrio.- me comentó Irupé una vez- de seguir sin aprobar esa, me inscribo en derecho.
- Es muy subjetivo.- admití mientras miraba el diminuto manguillo de la cuchara.- cambia según qué autor analice.
- O según el criterio del profesor que de la clase -concluyó encendiendo un cigarrillo.
- Apagalo, es un lugar cerrado.
- No me van a decir nada.
El mozo se acercó con una bandeja de dos cafés bombones, miró de reojo a Irupé, y ella le habrá sonreído, porque él no dijo nada. La cuchara que dejó al margen de mi plato tenía unas iniciales talladas con caligrafía antigua. Iniciales.
- ¿Qué es ésto?
- Una cuchara.- me contestó riéndose de mi.
Perdí el interés en el asunto cuando Irupé tiró el humo hacia arriba meneando la cabeza de un lado a otro. Nada me hacía sentir más fuera de lugar que me echaran en cara el estar empecinada o simplemente interesada en un imposible, en algo que no significara nada, o en algo que no existía. De niñas me había pasado cuando ella se reía de mi por quedarme despierta esperando la llegada de aquel hombre vestido de rojo en todas las navidades. Me quedaba dormida, ella se quedaba dormida a mi lado, y al despertar nuestros padres habían puesto regalos firmados por un tal Noel.
Cubrimos las cuadras restantes hasta la parada del bus y esperamos durante quince minutos a que el condenado aparato llegara. Recordé la cita de García Márquez en el memorable momento en que la locomotora llegó a Macondo, «un asunto espantoso como una cocina arrastrando un pueblo», el bus desecho que debíamos tomar para llegar a la casa Residencial para Señoritas era lo único que me recordaba a mi ciudad natal, ese pequeño intento desglorificado de Macondo del que logré escapar un día.
- Mirá quién está ahi.- me indicó Irupé tratando inútilmente no ser obvia.
LA FRASE DEL TÍTULO PERTENECE A  CORTÁZAR de la novela RAYUELA, si la quieren leer, no se van a arrepentir nunca

1 comentario:

  1. Veinte poemas de amor y una canción desesperada, si te gusta la literatura y los poemas te aseguro que no te defraudaran.

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